Todos hemos abdicado

En los países democráticos son los ciudadanos,o ellos debieran ser, quienes deciden el rumbo de la política general del país e incluso de las acciones concretas que los gobernantes emprenden.
Como no acabamos de caernos del guindo, cualquiera de vosotros (permitidme que os tutee) sabe que los políticos que nos representan actúan en muchas ocasiones movidos por otros intereses distintos a los del bien general: los intereses del partido, la opinión publicada, los beneficios de grupos económicos o a veces (¡ay!) su avaricia o su ambición personal.
El ciudadano ha de estar vigilante para impedir este tipo de desviaciones de la acción política y castigarlas mediante su voto, apartando a quienes actúan lejos de otro interés que no sea el del bien común.
Así, elegimos entre nuestros candidatos a quienes nos ofrecen una promesa de gestión social que nos parece eficiente y los dotamos de medios para llevarlas a cabo, Estos medios no son otra cosa que nuestros impuestos y provienen del duro trabajo que cada uno de nosotros lleva a cabo. Están ganados con mucho esfuerzo y eso debería hacerlos preciosos para el gobernante avispado.
Los recursos que nuestros representantes recaudan se utilizan para pagar, entre otras cosas, servicios públicos esenciales como la distribución del agua, la sanidad o la limpieza de las calles.
Mantener eficientemente estos servicios costeados con tanto esfuerzo es una labor sagrada para un gestor. Así, si las calles de Moraleja están sucias, muy sucias, es el ayuntamiento el responsable de adecuar los servicios municipales exigiendo a la empresa concesionaria el desempeño de los términos del contrato, sancionando su incumplimiento o, en fin, rescindiendo cualquier acuerdo con dicha empresa y contratando servicios mejores. que esa debería ser una de las ventajas del libre mercado.
Aún nos queda una pata en esta escalera de la que hablar, los moralejanos (que es de quienes iba esta parrafada, ya os habréis dado cuenta) no sólo participamos a través de las elecciones en la vida ciudadana de nuestro pueblo, también somos agentes de nuestra vida común y corresponsables del abandono en que se haya nuestro pueblo. Las calles están sucias, antes que nada, porque nosotros las hemos ensuciado: tiramos la basura a deshoras o la porquería al suelo con una indiferencia asustante. Nuestras aceras están cubiertas de inmundicias de perro sin que sus dueños (dueños de los perros y dueños de la inmundicia) se planteen otra cosa que su propia comodidad.
La insolidaridad se ha hecho norma y no parece que a nadie le importe y menos que a nadie a nuestros gobernantes que no hacen el más mínimo intento de educar al ciudadano no vaya a ser que alguien se moleste y no les vote. Y así seguimos,como niños malcriados que hacen lo que quieren porque nadie les reprende.
Todos hemos abdicado... de nuestros deberes.

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